Friday, June 02, 2006

CROMOSOMAS (Cipriani se puso serio)

En el desarrollo del feto humano, este pasa por diversas etapas que reflejan la evolución del hombre. El feto tiene en sus comienzos branquias, cola y membranas interdigitales, residuos ancestrales de nuestro origen acuático. Esas características van desapareciendo, o un órgano es reemplazado por otro, como es el caso de las branquias. Todo este proceso se desarrolla en un medio totalmente acuático, el líquido amniótico. Este proceso no incluye, que yo sepa, plumas o cuernos que nos emparenten con aves o dinosaurios, aunque si compartimos, aun desarrollados y fuera del ámbito uterino, algunas semejanzas con saurios y reptiles, como son los cinco dedos de pies y manos y similares articulaciones en brazos y piernas, como así también la misma cantidad de huesos en esas extremidades. Todo esto, mas que curioso, demuestra la existencia de un plan evolutivo diseñado por una inteligencia de alcances inimaginables. El cromosoma humano es el responsable, entre miles de funciones, de que estas características se transmitan a nuestra descendencia, no en forma de clon, sino con la creación de un sello personal para cada ser, y esto se comparte con el resto de los seres vivientes (de este mundo por lo menos). En el cromosoma, en cada uno de ellos, de los millones que hay en cada una de los millones de células de un ser vivo, está escrita nuestra historia evolutiva, con todos sus pormenores, como un reaseguro de que si en el universo quedara solo la última célula viva de un ser humano, de esta podría surgir todo el maravilloso proceso creativo, en todas sus etapas, de esta maravilla que es la vida en nuestro planeta, y quizá en todo el cosmos.
Ahora bien, cada cromosoma tiene una completa memoria de lo que fue nuestro pasado, pero ¿tiene una memoria pormenorizada de lo que será nuestro futuro como raza humana? Hay una gran cantidad de cromosomas que nuestra ciencia actual aun no les encuentra significado: ¿está escrito en ellos quizás todo el futuro de nuestra raza, hasta el desarrollo final de una súper raza? ¿estará escrito nuestro paso a organismos menos densos, nuestro desarrollo como seres espirituales o bien, por que no, el fin de esta raza tal como es o su desaparición definitiva?
Estamos viendo, la ciencia lo reconoce, la venida al mundo de cada vez mas niños de los llamados “índigo” o “cristal”, seres que sin ninguna duda traen consigo cambios genéticos de suma importancia, y también cambios espirituales, o por lo menos una nueva concepción de la vida humana, muy distinta a lo que hemos visto hasta ahora.

Cada célula de cada ser vivo tiene inscripto en su mapa genético la fecha, la hora, el segundo, quizás, en que su vida ha de terminar (salvo accidente, supongo, pero no estoy seguro…). No dura lo mismo una célula ósea que una célula de la mucosa del estómago, que son de rápida reproducción por la misma agresión del medio. Las células que formaban esos órganos primitivos del feto, no se esfuman, no se pudren, no contaminan: en el momento justo, suspenden su vida a través de un proceso de autoeliminación, son fagocitadas por los glóbulos blancos y cualquier resto es absorbida por células vecinas. Este proceso se llama”apoptosis”. Asimismo, hay una reposición permanente del cuerpo de todo ser vivo, a través del citado proceso. Dice el Dr. Deepak Chopra que la muerte da paso a la vida: nuestro cuerpo está muriendo permanentemente para que podamos seguir vivos. Cualquier intento de hacer inmortal a la célula, nos llevaría a una especie de momificación. También, dice Chopra, (y cualquier tratado sobre la célula) que las únicas células que no mueren por el proceso de apoptosis, ya que carecen de la química necesaria para ello, son las cancerígenas y las de algunas otras pocas enfermedades. Estas células, en su afán de proliferar y eternizarse, provocan la muerte. Que paradoja.
Adoplfo Cipriani, 29/05/06

Monday, April 17, 2006

En el justo centro

Estás en el justo centro. No hay nadie contigo, y no estás solo.
Estar en el justo centro es estar a salvo. Nadie mas que tú puede estar allí, nadie mas que tú puede llegar hasta allí. Las hordas quedan afuera, desconcertadas; una valla infranqueable, incomprensible, les impide llegar. La maledicencia, el odio, la envidia, todo queda afuera. Tú, solo tú, que no es poco, estás en el centro, el justo centro. El torso recto, la mente sin ruido, en paz, en felicidad, en contacto, completamente a salvo. Terremotos, maremotos, gritos, golpes, ruido, todo el ruido, están afuera, no te encuentran porque no saben a quien buscan. Tú estás solo, en el justo centro.
Una vaga sonrisa se dibuja en tu rostro.

A. Cipriani.

Wednesday, March 22, 2006

La Higuera del Cabo

Eran tiempos navideños, pero Miceas llamó a su gente para salir en la barca a pescar, como todos los días. Eran tiempos duros, y nadie podía permitirse un descanso, ni aun en navidad. Si bien el cielo estaba claro, el viento frío lo hizo pensar en tormenta. Pero no era cuestión de achicarse y perder el día por un tonto presagio.
El cabo de la higuera se erguía, ominoso, y marcaba el lugar por donde debían pasar para ir a mar abierto. Justo en la punta, solitaria, la higuera marcaba el vértice superior. De día había que pasar con mucho cuidado, pero de noche, las grandes olas y piedras puntiagudas eran la causa de muchos naufragios de pescadores que se habían retrasado.
Pasaron con mucho cuidado, y ya en mar abierto se dirigieron a la zona de pesca. Encontraron un gran cardumen, y estuvieron tirando y recogiendo la red todo el día.
–“Volvamos ya, muchachos, que hay nubes negras por allá”– dijo Miceas.

La tarde estaba avanzada y un fuerte viento se comenzaba a sentir. Luego de enderezar la cargada barca, y a fuerza de golpes de timón y cambiar la posición de las velas, lucharon trabajosamente contra el viento. La barca bailoteaba entre olas cada vez más fuertes, y el cielo se ponía cada! vez más oscuro. “Tenemos que llegar al cabo con algo de luz, sino estaremos perdidos”, pensó Miceas sin decir nada a sus hombres. Pero se fueron retrasando cada vez más. Quizá la tormenta no era tan fuerte como para hacerlos naufragar, pero sí les produjo un retraso muy grande.
Cuando llegaron a las cercanías del cabo, la noche y la tormenta teñían el cielo de una negrura impenetrable y pastosa.

–“¿Estaremos cerca del cabo?”–preguntó uno de los pescadores. Miceas no contestó, y con sus ojos trató de taladrar la oscuridad.
–“Vaya uno con la pértiga a la proa, por si llegamos a las rocas”– ordenó.
El viento había amainado, lo que les permitía navegar más lentamente. Pero en ese lugar el peligro eran las rocas y el oleaje que producía la rompiente. De pronto, un grito: “¡miren la higuera!” Todos miraron y vieron claramente la higuera, allá en lo alto, iluminada intermitentemente por una luz que emanaba de los higos que colgaban bamboleados por el viento. Inmediatamente corrigieron el rumbo y salieron de la zona de peligro. Entre exclamaciones de “¡milagro! ¡El niño Dios nos ha salvado!” llegaron al pequeño puerto. Las mujeres y los hijos de los pescadores aplaudían, y estos contaban entre sollozos lo sucedido. El cura ortodoxo organizó un rezo general y una procesión con velas y antorchas, para certificar el milagro, y luego, casi de madrugada, terminaron la noche tomando vino y festejando la Navidad.

Mientras tanto, allá en lo alto del cabo, el anciano Albarda se levantó y antes de calentar agua se dirigió al cobertizo del grupo electrógeno. Había previsto que se detuviera solo, pues le había colocado combustible para dos o tres horas, pero se sorprendió al encontrarlo funcionando todavía. Lo detuvo, y luego se dirigió a la higuera, allá en lo alto. Llegado que hubo, se puso a sacar, ayudándose con una escalerita, la magnífica guirnalda de navidad que le compró al árabe que todos los meses le acercaba mercadería en su burrito.

–Es un milagro–se dijo Albarda– que justo el árabe me trajera lo que tanto ansiaba. No tengo pino, pero la higuera se veía hermosa anoche.
A. Cipriani, 19/03/06.

Monday, March 20, 2006

Cuentos de Higueras 3

El Aniceto escuchó en el bar del pueblo que esa noche, justo a la medianoche, se iba a aparecer, como todos los viernes, el mismísimo diablo en la higuera de la loma. Cerca de las doce, sin decir nada se escabulló sin que nadie lo viera. Pasó por su casa, agarró una botellita de vidrio y se fue para el lado de la iglesia. Como en todos los pueblos, tenía sus puertas sin! llave. Entró y se dirigió decidido a la fuente de agua bendita. Con sus manos y como pudo, lleno la botellita. De allí salió presto en dirección de la loma. Un senderito lo llevó hasta la cima, y allí, con el contraluz de la luna llena, vio la higuera, y apoyado en la misma, con las piernas cruzadas, al horrible diablo, con sus pezuñas y cuernos relucientes. El Aniceto apuró el paso, y sin mediar palabra, se acercó y arrojo con fuerza el contenido de la botellita en la cara horrible del demonio. Este, sorprendido, atinó a decir “¡estúpido!”, y a continuación agarró al Aniceto con fuerza bestial, le bajó los pantalones y lo sodomizó bestialmente.
El Aniceto reaccionó cuando la luna se ocultaba en el horizonte, casi de madrugada. Muy confundido, se fue a su casa, y trató de dormir pero no pudo.
Ya de día, se levantó y se fue a la iglesia. Pidió hablar con el padre Ángel, y le contó lo sucedido. Este le dijo que rezara 100 avemarías y que todo estaría bien.
A la noche fue al bar y le contó lo sucedido a su amigo mas íntimo, con la cláusula expresa de no contarle a nadie. Se volvió temprano a su casa. Tampoco pudo dormir. Nervioso, y como obedeciendo a un llamado, se levantó un poco antes de la medianoche, agarró la botellita y se fue para la iglesia. Encontró seca la fuente de agua bendita, y entonces se fue a la plaza y llenó la botellita con el agua del bebedero. De allí se fue presto para el lado de la loma. Estaba más oscuro que la noche anterior, pero llegando casi, se encontró con una fila de personas que hacían cola en el caminito a la higuera. Se acercó más, y recién allí distinguió quienes eran: primero que todos, estaba el cura. Lo seguían dos de los monaguillos más viejos, después su amigo y luego el dueño del bar. Todos con su respectiva botellita.
A. Cipriani 17/03/06

Cuentos de Higueras 2

En un pequeño país de medio oriente, el Califa se hacía preparar un licor, fuerte y dulce, con los higos de cierta higuera de su jardín. La noche que se embriagaba con ese vino, poseía, una por una, a todas las esposas de su harén.
De África oscura le enviaron de regalo una hermosa mujer negra, con la cual no se entendían de palabra. Una de esas noches de desenfreno y licor de higos, hizo el amor con la mujer negra tantas veces como mujeres tenía en el harén. De esa cópula nació un hijo, negro también, fuerte, altivo y despiadado. Cuando este hijo tuvo edad suficiente, mató a su padre, el Califa, y tomó él mismo el mando de ese pequeño país.
El nuevo y negro Califa también se embriagaba con el rojo vino del amor, y tenía también esas noches de amor desenfrenado. Pero un día le entró el temor de tener un hijo que a su vez lo matara, y entonces mandó al jardinero a hachar la higuera.
Desde la ventana de su alcoba miró como el jardinero se dirigió, con un hacha al hombro, hacia el lugar de la higuera.
Cuando el jardinero le pegó el primer hachazo a la planta, el Califa sintió un sorpresivo dolor, y vio aterrorizado el borbotón de sangre que manaba de la herida, un hachazo en su vientre.
Sus sirvientes lo encontraron, muerto a hachazos, en un charco de sangre, y nunca pudieron darle explicación al hecho.

A. Cipriani

Cuentos de Higueras 1

Fidias observaba la higuera llena de higos maduros, y le pareció, en la penumbra del atardecer, que los higos latían acompasadamente y al unísono.
Cortó uno, lo sintió temblar en su mano, y lo peló con mucha delicadeza. Adentro, debajo de esa piel blanca, un pequeño y rojo corazón latía fuerte y rápido.
Las gentes del lugar cortaban los higos y se los comían sin mirarlos casi, y hacían dulce, y los dejaban secar para frutas secas y hasta se los daban a los chanchos.
Solo Fidias, cada vez que pelaba uno de esos higos, encontraba un rojo corazón palpitante.

A. Cipriani

Wednesday, March 15, 2006

Antiguo Método Laparoscópico

Los brujos (chamanes) de la tribu amazónica caá-gata, Ecuador, realizan desde antiguo operaciones laparoscópicas utilizando un ave poco conocida de la zona, el ambiguá. Esta ave posee un largo pico, que es justamente la cualidad usada por los brujos para realizar este símil laparoscopico. Estos chamanes, ante la presencia de pacientes con cálculos biliares o renales, tumores pequeños u objetos tragados o introducidos por diferentes vías, entran en trance ingiriendo unos hongos que crecen en la corteza del árbol mingareta, árbol que casualmente es el que usan los ambiguás para hacer su nido. Luego de entrar en trance, el brujo se posesiona del pájaro, o sea que su espíritu ingresa y toma el mando en el animal, y de esa manera introduce su largo pico en el orificio previamente hecho en el paciente, o por alguno de sus orificios naturales, y realiza la operación sin traumas y sin prácticamente ningún problema post-operatorio.
Médicos de la Universidad del Negocio Redondo, de Oklahoma, han llevado los hongos, un árbol mingareta y una pareja de ambiguás y han tratado de realizar estas operaciones en USA, pero por alguna razón desconocida todavía, las operaciones les salen para el orto, aunque los agujeros que usan para las mismas sean otras vías. Se piensa en que las motivaciones de estos médicos y las de los chamanes podrían ser algo distintas, lo que produciría este descalabro. Seguirán los estudios, en la medida en que latinos y negros se presten para la experimentación.

Recopilado por A. Cipriani, 15 de marzo de 2006.

Friday, March 03, 2006

La historia de Pacheco

Cuentan los antiguos habitantes de esta zona, que cuando Don Gervasio Pacheco era el propietario de estas tierras, tuvo un amorío con una de sus criadas. De ese amor furtivo nació una hermosa niña de piel morena y ojos color cielo. A los cinco años de nacida la niña, hubo algunas vacantes que cubrir en el gobierno y como el hecho de tener otra mujer podía complicar las aspiraciones políticas de Don Gervasio, el desalmado patrón mandó a asesinar a la niña y a su madre. Juan, el matón encargado de hacerlo, mató primero a la madre pero cuando iba a hacer lo mismo con la niña, su temperamento flaqueó, sus manos temblaron y ni siquiera pudo mirarla a los ojos. Entonces la encerró en una tapera a la orilla del molino del norte, y dijo a todos que ya había cumplido su cometido. La cuestión es que todos los días, antes del amanecer, se llegaba a la tapera para acercarle alimentos, ropa y todo lo que ella necesitara. Luego, por la tarde, cuando caía el sol, se acercaba nuevamente a la infame prisión donde estaba la cautiva y oía los cuentos que ella le inventaba. Muchos años pasaron de este modo, ella encerrada y él su única visita. La salud de Don Gervasio era cada vez más frágil y la hora de su muerte era esperada por muchos que querían verse liberados de su yugo. Fue así que una hermosa mañana de octubre, el dueño y señor de las tierras y las vidas de quienes vivían sobre ellas, amaneció pálido como la nieve y más duro que una piedra. Todos los peones y sirvientes festejaron y, dados por libres, salieron a buscar aventuras, nuevos trabajos y nuevas vidas. El grupo de matones que protegía a Don Gervasio se disolvió y cada uno de sus integrantes encontró rápidamente algún otro pez gordo a quien escoltar. Excepto Juan, claro está, que se casó con una hermosa mujer de piel morena y ojos claros a la que nadie había visto en el pueblo, pero a la que muchos creían conocida. Vivieron modestamente en un rancho cerca de Benavidez, cultivando maíz y criando algunos animales. Tuvieron muchos hijos que los ayudaron en las tareas del campo y que, cuando caía la tarde, se juntaban alrededor de la salamandra y oían las historias que su madre les contaba.

Ivonne de Bayton

Dimensiones

Elismae de Antioquia pensó que el tiempo era una línea que iba del pasado al futuro, pasando por el presente, cualquiera fuera el lugar en donde este se encuentre. El presente, para Elismae, era como una tajada de queso cortada en esa línea: de esa forma escucharíamos siempre la misma nota musical, veríamos siempre el mismo cuadro, eternamente, quietos en la quietud, como una estatua inalterable. De ahí deriva que el presente seria un contínuo de tajadas, lo que nos permitiría escuchar la melodía completa y ver el cambiante pasaje de nuestro transcurrir, tal como la sucesión de cuadros de una película nos provee la ilusión de movimiento. Tal presunción nos aleja de lo real o tangible (el presente sería d! e tal forma algo inasible, pues cada vez que comienza, termina para dar paso a la siguiente tajada o cuadro de película). De esa forma, lo único real sería el pasado y el presente, que estarían quietos y comprobables. Pero tampoco es posible, pues si a cada momento el presente se modifica dejando atrás un cuadro o tajada, esto modificaría permanentemente este pasado, y de la misma manera, al ir arrancando tajadas o cuadros al futuro, este también se modifica, lo que los pone a ambos, pasado y futuro en el mismo móvil lugar del presente, y por lo tanto, inexistentes. La única explicación que encuentra Elismae a esta teoría, es que nosotros, ni nada de lo que existe, existimos realmente, lo cual nos lleva al teorema de Andrade el cojo que resuelve para siempre, si “siempre” existe, el problema de la no existencia de lo existente.
El teorema de Andrade demuestra la existencia de un “tiempo”, si lo podemos llamar así, integral o total, en el que todas las cosas suceden al unísono: el principio, el fin, el Alfa y el Omega, arriba, abajo, donde los cuatro puntos cardinales son uno solo y no lo son a la vez. La percepción de este conglomerado no le es posible al mortal común en el estado corriente de vigilia, dados los elementales o demasiado simples elementos perceptivos del cuerpo humano, siendo la única forma posible de comprensión la línea de tiempo tal como lo pensó Elismae, y con esto volvemos al principio. Volver al principio, empezar otra vez, nos hace pensar en una teoría del tiempo circular y no lineal. Pero esto sería tema de otro artículo.

Gerard le Coc

Interregno

Quise usar el interregno infértil del pensamiento y de poco me sirvió. Imité como el mono, negué el instinto, aprendí de mis padres todo lo que no sirve para criar a los propios hijos, fui a la escuela, y a pesar de mi rebeldía algunas cosas me enchufaron. Por suerte, para no aburrirme mientras no le daba bola a la maestra, dibujé cuadernos enteros, lo cual a lo mejor me cultivó algún temperamento artístico. Como nunca estudiaba, aprendí bastante a versear y también para mejorar el alicaído promedio de notas, aprendí mucho (solito) a manejar el lenguaje escrito, con lo cual hasta ligué algún premio. Era gordito, por aquellos tiempos, no esbelto como ahora, y sin nada de espíritu competitivo, así que en educación física no me ponían en los equipos de fútbol, y descansaba mie! ntras todos los otros corrían como condenados. De esa manera aprendí sobre la vida de las hormigas y del canto de los pájaros, y me hice contemplativo.
Gracias a las revistas de historietas, que leía desesperado, me aficioné a la lectura, ya que de las revistas pasé a los libros. Leí de todo, desde novelitas de conboy (léase cowboy) hasta el libro de doña Petrona, pasando por las obras completas de Sigmund Freud y algunos tratados de ginecología. Grandes pasiones de aquellas épocas fueron la mecánica de autos y motos, la fotografía y luego la electrónica. A esta última me acerqué porque quería un buen equipo de audio, y me propuse construirlo, pero mientras mas estudiaba mas pretensiones tenía. Al fin pude armar un equipo de High Fidelity, que hoy, en manos de mi hijo mayor, sigue funcionando perfectamente, después de 25 años.
Pero vuelvo al principio. En la escuela no pudieron hacerme estudiar, pero después estudié solo, o sea que el mal se había apoderado de mí, a pesar de todo. Como sabía mecánica, cuando se me descomponía el auto hacía un análisis de la situación, seguía circuitos y desarmaba para revisar a ver si descubría la falla, (como hacen los doctores cuando operan para ver que hay adentro). Pero hete aquí que el mirón de turno me observaba y de entrada me decía: “seguro que es el destrombolador del piricolote de ignición”. Por supuesto era un bolú que no estudió lo que yo, así que seguía la rutina incólume. Después de desarmar el 78% del vehículo, perder arandelas y tuercas, des! cubría que la falla estaba en el citado destrombolador. Esto al dia siguiente, porque la noche me había agarrado lleno de grasa y mugre y cansadísimo. Ese es el mecanismo del pensamiento y también el mecanismo de las computadoras. El otro, el bolú, no pensó. Ahora estoy tratando de no pensar y cortar camino, como el bolú, pero usando el espacio vacío que va quedando a medida que olvido todo lo que aprendí en su momento. Entrar en el vacio, que le dicen.
Uds. dirán, entonces, que me quiero transformar en un bolú. No es lo mismo. El bolú nació así, sigue así y no sabe por que es así, y si no cambia algunas cosa, se muere así. El vacío del bolú es un vacío pequeñito, que le permite, con suerte, conectarse a veces con el arriba, y en forma inconsciente.
Yo pretendo la conexión voluntaria e inteligente que me permita recorrer el camino mas bello entre el problema y la solución, y si de algo me acuerdo de lo que aprendí, comprender en el momento de la Revelación el porqué, el como y el cuando, para luego agradecer.

A. Cipriani

El trastocador de palabras

El inventor no encuentra la forma, pero tiene la IDEA. El inventor también es poeta, y maneja la PALABRA, a veces bien, a veces mal, y sabe que la palabra hiere y que la palabra acaricia. Pero el inventor también es sabio, y sabe que la palabra que hiere tiene escondida la caricia, cuando los enamorados pelean, y que la palabra que adula tiene escondido el odio, cuando conversan los políticos.
Pero al inventor no le interesan los políticos. Como también es poeta, solo le interesan los enamorados, y por lo tanto quiere que su trastocador de palabras solo sea para ellos. Él quiere un aparato transductor de la palabra que trastoque el sentido de la misma antes de que llegue a destino. Aun no tiene claro si el trastocador se colocaría en la boca que dice o en el oído que oye, o una combinación de ambos para mas seguridad. Cuando uno de los enamorados le dice al otro “te quiero”, el trastocador, como es automático, deja pasar tal cual la frase. Pero cuando aquel dice “te odio, sos un tonto de capirote”, el trastocador traduce “Te amo, te amo tanto que todo lo que hacés y decís me parece maravilloso”.El inventor cree que su invento puede derivar de un dispositivo externo, que solo tiene que ver con el aparato de fonación, a algo interno, como ser un chip colocado dentro del cerebro de cada enamorado, que le impida decir cosas sin meditarlas suficientemente y, asimismo, que al escuchar, su chip encuentre el sentido verdadero de la frase oída. El inventor piensa que de encontrar los elementos adecuados para fabricar los citados trastocadores, podría contribuir grandemente a que las parejas fueran más duraderas y que los matrimonios no se separen.
Pero el inventor no descansa, y ya tiene otro proyecto, que consiste en un aparato mágico que funcionaría cuando los trastocadores se vieran rebasados. Este aparato debería ser muy mágico, para que cuando la mano se levanta para pegar al otro, solo lleve una caricia, o mejor aun, una flor.
Yo, que no soy inventor ni poeta, ofrezco mi cerebro y mi cuerpo como conejillo de indias, para ser el primero en gozar de estos adelantos.

A. Cipriani