Fidias observaba la higuera llena de higos maduros, y le pareció, en la penumbra del atardecer, que los higos latían acompasadamente y al unísono.
Cortó uno, lo sintió temblar en su mano, y lo peló con mucha delicadeza. Adentro, debajo de esa piel blanca, un pequeño y rojo corazón latía fuerte y rápido.
Las gentes del lugar cortaban los higos y se los comían sin mirarlos casi, y hacían dulce, y los dejaban secar para frutas secas y hasta se los daban a los chanchos.
Solo Fidias, cada vez que pelaba uno de esos higos, encontraba un rojo corazón palpitante.
A. Cipriani
Monday, March 20, 2006
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