Monday, June 09, 2008

CUENTOS MAL-ENTENDIDOS

TRILOGIA DE CUATRO CUENTOS
MEDIO GRACIOSOS, MEDIO CONFUSOS
Y MEDIO NOSTALGICOS.

Escritos por el ignoto Adolfo Cipriani
mas o menos conocido por sus no menos confusas teorías cuánticas
sobre el espacio y el tiempo.

Primeros días de junio de 2008, anticipando la hecatombe.

(Edición propia de tres o cuatro ejemplares,
for indulgent friends only)



(1)

UNA BOVEDA PA LA TINA

Mí querida amiga:
En tantos años de conocernos nunca se me ocurrió contarte esto, porque en realidad ahora me parece una pavada, pero cuando me pasó yo era chico y me hizo sufrir bastante. Recién me desperté de la siesta justo pensando en esto, no sé por que, y decidí contártelo.
Unos 6 debo haber tenido cuando fue la cuestión, pero viste como éramos antes, no preguntábamos y si lo hacíamos nos retaban o nos contestaban cualquier cosa. Resulta que en una reunión familiar entré de repente a una de las piezas, y allí estaban, conversando en voz baja, mi papá y el tío José, un tipo medio intragable, muy compadrón y que encima no me daba mucha bola. Yo entré de golpe, te decía, y escuché que el tío le decía a mi viejo: “…y el asunto este de la bóveda pa la Tina…” Se callaron de golpe cuando me vieron, se miraron e intentaron hablar de otra cosa. Pero yo había escuchado, y se me grabó muy bien porque la Tina es mi vieja, y vieja hay una sola. Y yo sabía muy bien lo que era una bóveda, porque en el cementerio del pueblo solo los Marsilesi tenían una, que eran unos pobres diablos pero como un bisabuelo fue milico y estuvo matando indios allá por el sur, le correspondía.
Te digo que fue terrible, porque una bóveda pa mi vieja era porque seguro se estaba por morir. Para colmo, a los días la internaron, y yo lloré como nunca lloré en mi vida, salvo cuando me dejó la que te dije. Pero fijáte que a la semana la trajeron de vuelta, lo más pancha, y con un regalito para mí, que resultó ser el desgraciado de mi hermano, que como era gordito y bonito todos se dedicaron a él, y por supuesto se olvidaron de este que escribe. Al tiempo se dieron cuenta, cuando empezó la escuela y era atorrante y mal alumno, no como yo que a mi la maestra me quería mucho, que yo todavía existía, y me compraron un traje de lanilla para poder ir al secundario. Mientras tanto, mi vieja no se moría, y yo de a poco empecé a olvidarme del asunto, pero te digo que pasé algunos años de verdadero sufrimiento, por que mi vieja fue la única que nunca se olvidó de mí, aun con la llegada de mi hermano. En cuanto a mi tío, siguió asqueroso como siempre, y Dios lo castigo por hablador y mete púa, por que el Gustavito, mi primo (que nunca lo dejaron juntarse conmigo), a pesar de un montón de operaciones, todavía sigue gangoso. Ah, y la vieja, la Tina, mañana cumple 86.
Te mando un abrazo y perdonáme, pero tenía necesidad de contar esto.
El que siempre te quiere, Juan.



(2)UNA CASA PA LA CIEGA

Querida amiga:

Ante todo muchas gracias por contestarme tan rápido. Últimamente tus cartas escasean, pero no importa, por ahí llegan y me pongo contento.
No entiendo por que me decís que lo que te conté solo fue un malentendido, que si en la secundaria no estudié anatomía y no se que mas. La verdad me duele que dudes de mí: yo era chico pero estoy muy seguro de lo que le escuché decir al tío José. Y además los chicos siempre saben cuando los grandes se hacen los tontos para disimular lo que estaban diciendo.
Te explico por que no estudié anatomía: vos dejaste de venir al pueblo justamente por que te metieron en ese colegio de monjas, que tanto odié porque sabés bien lo enamorado de vos que yo estaba. Entre los recuerdos mas lindos de mi infancia están esos momentos que viví contigo, cuando te enseñé a pescar ranas, a usar la honda y a bañarnos desnudos en el recodo del río. Un solo beso me diste, y creo que fue la última vez que te vi, y ya te ibas para entrar en esa escuela. Yo, en cambio, con mi traje de lanilla, empecé el secundario, pero pronto tuve que dejar para ayudarlo a mi viejo en su trabajo en el campo de los Gómez, tus tíos. ¿Ves porqué no estudié anatomía, aunque no se que tiene que ver con lo que te conté?
Bueno, después volviste, casada con el doctor, con esos nenes rubios tan bonitos, y me saludaste como siempre, como si no hubiera pasado el tiempo. Pero ya no fue lo mismo, por supuesto.
Yo me casé, bien sabes, con la Negra, mujer brava y buena, pero después de un tiempo me dejó, tal vez por que yo no sabía anatomía. Ahora somos como amigos, y tenemos hijos grandes y lindos también. Ah, Saverio, el mayor, estudia medicina allá en tu ciudad. A lo mejor algún día se cruzan.
Volviendo a los malentendidos, parece que acá nos especializamos en eso. ¿Te acordás de la Trina, la viejita ciega que vendía yuyos? Bueno, una vuelta, en un asado de políticos, se la llevaron al intendente para que le pidiera una casita, porque no tenía adonde vivir. El intendente, gordo y con sus labios brillosos de grasa, la miro y murmuró algo como “bueno, veremos que podemos hacer…” Mas tarde, yo creo que bastante en curda, no lo escuché yo pero si muchos que estaban al lado de él, le oyeron decir “…yo tengo una casa pa la ciega…”. Te digo que nunca, en sus más de veinte años de intendente, cumplió su promesa. La cieguita se murió al final en un ranchito de barro que no se quien le prestó. Ese fue un malentendido, y de los buenos.


Bueno, mi querida amiga, te dejo por que el patrón nos quiere mandar a protestar a la ruta, por que sino nos quedamos todos en la calle. Nosotros, no él por supuesto.
Te mando muchos cariños, saludos a los rubios y al doctor, que ya se que no me traga pero en fin, con vos es muy bueno, me consta. Juan.



(3)

Mi querida amiga:

Esta vez me sorprendiste vos con tu carta, tan dulce y tan linda. Lamento muchísimo tu separación del doctor, pero bueno, vas a salir, como salí yo. Tus hijos son grandes y te van a ayudar, como me ayudaron los míos a en su momento.
Me preguntás porque deje de escribirte, por que dejé pasar estos años… y sí, hay una explicación. Resulta que empecé de golpe a sentirme medio bruto, y que podía hacer otras cosas más que arar campos ajenos. Acá pusieron el bachillerato nocturno y decidí terminar la secundaria. Me fue muy bien, anduve bárbaro en matemática y me descubrieron cierto talento para escribir. Y estudié anatomía, y me di cuenta lo ignorante que fui, que intentaste decirme lo que era una bóveda palatina, que su deformación congénita trae a veces problemas de dicción, etc. Y me dio mucha vergüenza y por eso no te escribí más. Por eso te agradezco tanto que hayas decidido escribirme y reiniciar nuestra amistad. También me di cuenta de lo que quiso decir el intendente con lo de “una casa palaciega”, pero en ese malentendido colaboró todo el pueblo, no fui yo solo. De paso te digo que el gordo este sigue de intendente, y que a su casa palaciega ya no sabe que arreglo o ampliación hacerle. Se compró de a poco todas las casitas de la manzana, las hizo demoler y tiene ahora una mansión tipo Hollywood.
No tengo pareja, contesto tu pregunta, y trabajo en el Banco Provincia. Me vino muy bien ser bueno en matemática. De vez en cuando quedo de gerente unos días, cuando el titular se va de vacaciones. Y le falta poco para jubilarse…
Yo tengo que ir a Capital por una entrevista con los editores de mi último libro, y es posible que me pongan un pequeño stand en la Feria del Libro, así que te invito que me visites allí, y por supuesto que podés venir al pueblo cuando quieras. De los Gómez no queda ninguno vivo, pero yo te puedo acomodar con alguna amiga o en el hotelito. Te juro que lo vas a pasar bien. Vamos a ir a recorrer los lugares en los que jugamos en nuestra infancia, y por que no, voy a besarte justo en el mismo lugar donde me diste ese beso que nunca olvido. Espero no abusar de tu amistad, pero somos grandes, libres, y por lo menos de mi parte, creo que nunca dejé quererte. (¿Porqué no me animo a decir “amarte”?)
En realidad me he animado a decirte estas cosas que te digo por que tu carta dejaba entrever tu deseo de verme otra vez. Espero no equivocarme esta vez. Te mando mi dirección de Internet, para que sigamos por E-Mail, y ver si podemos chatear hasta que puedas venir o hasta que yo vaya a Capital.
Un abrazo y un beso de tu amigo (por ahora) que te quiso mucho y te quiere ahora mas. Juan.



(4) Carta epílogo.
Mi muy querida amiga:

Me decís que no hace falta que conteste tu notita, pero quiero hacerlo.
Puedo entender perfectamente que solo “me apreciás” como amigo. Puedo entender que tengas un nuevo compañero (¿abogado, me decís?) Claro que entiendo todo, cuando me lo explican. Y está bien, no lo sientas por mí. Sabés que ahora que mi vida cambió tanto, y por ahí en las revistas especializadas hablan de mí como de un intelectual, me doy cuenta de que algo no cambió. Es algo que traje de cuna, o es karmático, o a lo mejor no lo quiero cambiar, y es esa inocencia que me acompaña siempre. Soy un mal-entendido, o mal entendedor más bien, y veo cosas que a lo mejor solo existen en mi imaginación. Si mi imaginación no fuera tan frondosa quizá no sería escritor. Y lo que quiero decirte, es que en tu carta anterior, tan dulce y tan linda, quise entrever lo que no es. Cariño y nostalgia, me decís ahora, te hicieron escribir esa carta. Y tristeza también, digo yo.
Y está bien, es perfecto así como son las cosas. Todo va estar bien con tu abogado, te lo deseo de corazón. Por mi no te preocupes, también voy a estar bien. Siempre estuvo bien, y seguirá bien.
Sí lamento que no hayas ido a verme a la feria del libro, a compartir mi alegría de ese momento. De cualquier manera, lo mismo te envié un ejemplar de mi libro a tu dirección. Creo que no es malo, pero si no querés leerlo, no lo tires. Simplemente olvidátelo en el asiento del subte, o en un taxi. De esa forma llegará a la persona adecuada, estoy seguro.
Quiero compartir contigo una historia tal vez tonta, pero para que veas que es cierto lo de mi inocencia. Sabés que cuando la Negra me pidió que me fuera de casa, me preparé una valija (que después se la devolví) con mi ropa y algunos libros. Me lleve una camita que fue de los chicos y muy poca cosa más. En el momento en que la Negra me vio preparando la valija, en una especie de arrebato, sacó un toallón nuevo, el más nuevo que tenía, y me lo puso con mi ropa. Y me emocioné, y me vuelvo a emocionar cada vez que me acuerdo, por que lo vi como un gesto, como un regalo de despedida, como si me hubiera dicho “ya no te quiero, pero alguna vez te quise mucho y este regalo representa eso.” Es algo absurdo, por que en medio del rechazo, el dolor del momento y todo lo demás, me sentí tan agradecido por ese regalo. No sé por que te cuento esto, que nada tiene que ver contigo. Quizá sea para que veas lo mal-entendido que soy.
En el pueblo todo sigue igual. Todo no, perdón: el gordo ya no es más intendente. Ahora es senador nacional, después de las últimas elecciones. Seguramente desde allí podrá ejercitar sus dotes altruistas con más efectividad.
Esta es mi última carta, por razones obvias. No te invito que vengas al pueblo por que me mudo a Capital. Es por cuestiones de trabajo, no es para molestarte. Y si nos cruzamos algún día, nos saludaremos como viejos amigos que somos.
Con todo cariño, te saluda tu amigo de siempre, Juan.

P.D. El libro que te envié no lleva mi nombre. Figura como autor Adolfo Cipriani, que es mi seudónimo. Alguna vez te contaré por que elegí ese
nombre. Solo puedo adelantarte que fue por un malentendido.

No comments: