Wednesday, November 26, 2008

Textos Escurridos

(Selección de A. Cipriani de la novela “Canto a Elomira”, de J. Jardiel Barbusse)

Mi dulce amor, sueño de mis sueños, esta carta llegará a ti en manos de mi fiel servidor Josefo, el cual, oh, desgracia, habrá sido el encargado de clavar el puñal que acabe con mi dolor. Pero no te aflijas que esto así sea, porque está escrito, y así fue delineado por los encargados de forjar nuestro destino.
Dulce amada mía, los acontecimientos se precipitan. Sienten mis oídos el fragor de lo hierros que vienen a buscarme. Mis propios hombres, los que conmigo al frente luchamos en mil batallas por el bien de nuestro rey, hoy, ya lo sé, serán los que me maten.
Está bien que así sea. No hay otra salida que salve mejor tu honor y el de mi amado rey. Mi muerte limpiará nombres, yo seré olvidado de todos, que no de ti, estoy seguro, aunque debas ocultar en tu rebozo esas lágrimas que pugnarán por salir. No temas, no te castigues, eres la reina, y por lo tanto inmune de comunes designios. El amor que nos unió, el hilo aquel que nos mantendrá unidos hasta el fin de los tiempos, no tiene otro destino cual el de ser sagrado. Es superior a nosotros, es superior a la ley del hombre, estoy seguro, y así siento ahora en la proximidad de la muerte, que nuestro pecado lleva en si su propia redención.
La prueba es que nos fue permitido un solo encuentro, primero y último, en el cual nuestras vidas discurrieron fuera del tiempo del mortal. El perfecto Señor de los cielos juzgó que nuestro amor era digno, y nos dio esos instantes que por su bienaventuranza los hizo tan extensos que pudimos vivir una vida de amor tan perfecta, que para otros mortales, años pocos son para vivir tan grande amor.
No se cuanto duró ese encuentro. Solo sé que en esos minutos nuestro amor se desplegó, se hizo extenso en el tiempo. No se cuanto tiempo estuve aspirando tus cabellos, cuantos segundos tus labios jugaron en los míos o en los recovecos de mi cuerpo. No se cuantos minutos u horas, mis manos extasiadas recorrieron la perfección de tu espalda, o se detuvieron sorprendidas en las pequeñas palomas de tus pies. Las cicatrices de mi pecho fueron conmovidas por tus redondas lunas, apoyadas un instante casi eterno. “Amada mia,”te dije, “solo la muerte puede superar este éxtasis,” y tu dijiste, humedeciendo mis oídos, “amado, si es la muerte el castigo a tanta dicha, a ella me entrego feliz de haberte conocido”
Pero, agradezco al Altísimo, es a mí a quien la muerte ronda hoy. Ya se acerca el fragor de la turba, drogada con la sangre de tantas muertes, y mi fiel Josefo tiene la consigna de clavar, él primero, su puñal en mi pecho. Le brindaré una última mirada, agradecido de salvar a su reina del dolor de los latigazos en mi espalda, deseosos de borrar la tibia caricia, hace tan poco, de tus afiebrados pechos.
El rey, que me perdone, cuando te obligue a cumplir tus deberes de esposa, ni siquiera podrá imaginar que tus piernas fueron un perfecto collar para mi cuello. Pobrecillo, mi rey, es su destino…
Y a ti, mi más bella amada, te digo lo que me dijo el mago aquel que me curó de las heridas y las fiebres después de una cruenta batalla contra el moro. El decía que la vida comprende muchas vidas, que es como un teatro en el que se representan muchas obras, pero siempre con los mismos actores intercambiando los papeles. Que todos nos volvemos a encontrar, antes o después, y que se van formando lazos tan profundos entre algunos de esos actores, que en las distintas vidas vuelven a encontrarse, y que no saben de donde, o de cuando se conocen, pero se sienten mas unidos que con el resto de los mortales. Ese es nuestro caso, de seguro, y es por eso que no temo a este final que se aproxima, por que se que solo es un principio.
Ten paciencia, mi amor, obedece a tu rey, y solo espera, que volveremos a encontrarnos.
Ya golpean las lanzas en mi puerta, ya ha llegado el momento predccido, y te mando mi más grande energía de amor para que te acompañe siempre, hasta aquel momento en que partas a encontrarme.
Amor de mi vida, mi sueño, mi dolor, mi todo, ha llegado mi hora. Ya la puerta de cuarto cae hecha pedazos, ya se aproxima el puñal que ha de matarme, y te digo adiós, mi dulce amada…

11/11/08

Nube

Mañana fresca. El verano ya estaba insinuándose en esa primavera, pero había amanecido medio nublado, y venia feo del sur. Eran como unos nubarrones oscuros, que se retorcían, se mezclaban y luego se separaban de golpe, como con asco. Algún que otro relámpago se apagaba en la distancia.
Sentí ruido en el corral, me acordé de Nube y me fui para allá con un balde con maíz. Ahí estaba, las clinas alborotadas, golpeando con la cabeza la tranquera de recia madera. “Este potro no pierde las esperanzas…” me dije. Bajé el balde, que olisqueó desconfiado, y traté de acariciarle la cabeza. Esquivó mi ademán con algo de desprecio, me pareció. Detrás mío, la voz del Cipriano resonó suavemente: “No lo asujete mas, patrón, ¿lo va a tener siempre encerrado?”
El Cipriano hablaba poco, pero si lo hacia, era para decir algo importante. Cuando la Griselda me dejó, hace ya algunos años, el Cipriano apareció un tiempo después y se ofreció para trabajar de lo que sea. Venía, me hacía algún trabajito, y luego desaparecía tan silencioso como cuando llegaba. Nunca supe si tenía familia, ni con quien vivía, pero cuando le dije que si quería acomodarse por la casa, que me era un poco grande, dijo que si. La verdad, le digo, nunca supe por donde se acomodó. La casa empezó a estar mas limpia, más luminosa, y de vez en cuando lo veía al Cipriano con la escoba en la mano. La verdad, no podría haber conseguido un tipo más servicial y menos molesto que este hombre.
Lo miré al Cipriano, miré a Nube, y pensé que si, que sentido tenía tenerlo encerrado. Era muy arisco para el trabajo de campo, poco obediente y nunca, en tantos años, acepto del todo la montura o el cabestro. Quizá era hora de soltarlo. Que ganaba yo con tener al pobre animal asujetado.
“Cástrelo, don Juan, así se amansa”, me decían los conocedores.
”Si no lo castra, nunca le servirá pal trabajo e campo”.
Nunca quise castrarlo. Un poco por porfiado que soy, otro poco por que al final no nos llevábamos muy bien con el Nube, pero lo admiraba. Lo admiraba el por indómito, por la fuerza, el poder y la inteligencia que tenía este animal. Si yo hubiera sido la mitad de rebelde, si hubiera luchado un poco mas por mis cosas, a lo mejor no me habría ido como me fue en la vida.
Lo miré al Cipriano, miré al Nube, y despacio, muy despacio, quizá con algo de suspenso, desaté la cadena y abrí la tranquera. Un trueno resonó, atrás del barranco. El Nube observaba la escena, como esperando alguna trampa. Se acercó, despacio, los negros ojos fulgurantes. Encaró el espacio abierto entre el corral y la libertad, se sofrenó, nos miró de nuevo, y quizá cuando vio nuestras sonrisas se animó al todo. Salió primero despacio, luego aceleró un trote que se convirtió pronto en galope. Viera la velocidad que levantó. Podría haber competido con los mismos refucilos que poblaban el cielo, cerquita ya. Con asombro vimos que encaraba a semejante velocidad para el lado del barranco que había formado la crece. No se detuvo, y ante nuestras atónitas miradas, al mismo tiempo que un rayo caía, Dios sabe donde, saltó con un ímpetu increíble el ancho barranco. Medio tropezó, ya del otro lado, acomodó su cuerpo en medio del galope, y tomo para los cerrillos. Una luz fue, un viento repentino, un pájaro volando para salvar su vida.
Nos acercamos al barranco. Medimos la distancia con la vista… y eran muchos metros. Nadie nos iba a creer cuando lo contáramos.
Allá abajo, un hilo de agua comenzaba a pasar, mientras unos goterones caían ya con fuerza inusitada.

La tormenta amainó a eso del mediodía. Como había pensado, fue brava, y aquí y allá se observaban ramas caídas, algún pajarito muerto y algunos pequeños destrozos. Como fue sin piedra, el sembrado estaba un poco aplastado, pero se iba a recuperar.
El Nube, como le dije, tomó para los cerrillos. No es casualidad. Allí mismo fue que lo atrapé, hace tantos años ya: Andaba como perdido, lejos de la tropilla de caballos salvajes que vivían entre los cerros. Unos días mas tarde, deambulando por el lugar, encontré una yegua muerta, seguro la madre del Nube.
El potrillo creció fuerte y lozano, pero nunca perdió ese espíritu de libertad propio del caballo salvaje. Alguna vez pensé presentarlo en alguna cuadrera, pero me acordé del refrán: “no hay caballo blanco que sea ligero”. ¡Ja! ¡Si lo hubiera visto galopar y saltar ese barranco de un salto! Y con sus años encima, el muy loco…
Varias veces en la tarde, y ya caída la oración, mire para el lado de los cerrillos, con la esperanza de verlo volver, pero no, se hizo la noche y no hubo novedad.
Recién a los dos días, ya seguro de que no iba a volver, miré como al descuido para el lado del barranco, y allá donde la profundidad se hace un valle de arena me pareció ver un bulto que se movía lentamente. Era el Nube. Despacio se fue acercando y tomo para el lado del corral. Parecía como vencido, ¿vio? Cuando me acerque, vi que estaba sucio, embarrado, con una herida en el pecho. También tenía un machucón feazo en el anca izquierda. Como era temprano todavía, fui a buscar algunos elementos para limpiarlo y curarlo.
En el galpón busque un frasco de fluido Spineda, que yo sabia que tenia por allí.
Le tiré unos baldazos de agua encima, lo cepillé bien, desinfecté las heridas y froté con cariño el fluido Spineda en el machucón. Por un momento, me agache un poco bajo su cogote para ponerle el curabichera en la herida del pecho, y de pronto sentí un gran peso en el hombro. El Nube había apoyado su cabezota, como buscando un consuelo. Cosa rara, hay veces que este bicho parece gente.

No hay duda que la pelea fue brava. Usted sabe que en las tropillas salvajes hay un potro que es el jefe de la manada, y es el único que sirve a las yeguas. Los demás machos, potros y potrillos, no se como se las arreglan, pero hasta que alguno se anime y venza al jefe en una pelea bien fiera, no saben lo que es una hembra.
Es posible que el Nube se haya peleado con alguno de estos potros, o quizá se le haya animado al líder. Quien sabe.
Sanó pronto, y aunque siempre tenía la tranquera abierta, solo miraba, como nostálgico, para el lado de los cerrillos. Una mañana, ya curado y fuerte, nos echo una mirada al Cipriano y a mí, y se fue otra vez para el lado de los cerrillos, esta vez al trotecito. No saltó el barranco, y buscó el vado allá por el arenal. El Cipriano se rió como tragando su risa, y murmuró algo de que “un pelo de no se donde tira mas que una yunta de güeyes”.

Pasó el tiempo y el Nube no volvió más. La pucha, justo ahora que nos habíamos hecho amigos. Lo extrañé bastante, a lo mejor por que me faltaba esa ceremonia diaria de llevarle el maíz por la mañana. Quizá debería imitarlo, me dije. Dejar esta soledad empedernida y también buscar una compañera. Aunque tuviera que pelear por ella, no?
Después de unos meses, como con una urgencia, ensillé uno de los pingos de trabajo y despacito, un pucho mal prendido en la boca, me fui para el lado de los cerrillos.
Anduve un rato, como mirando distraído tanto verde en los pequeños valles entre cerro y cerro, y de pronto lo vi, cerca de la laguna donde el pasto es mas verde aun.
Estaba hermoso, mire, y una yegua mas hermosa aun se le apoyaba, mimosa diría yo, en un costado. Corriendo de aquí para allá, un potrillito retozaba.
Bueno, la historia terminó bien, pensé. Mientras tanto, el Nube como avisado por algo, giró la cabeza y me echó una larga mirada. No se que me dijo en esa mirada, pero me vine contento para el lado del rancho, silbando bajito, pensando quien sabe que cosas.

Raymundo Soto, 19 de noviembre de 2008.

Friday, November 21, 2008

EL FOTOGRAFO DE LONDRES

By Samuel Temple.

Había sido un día arduo. Cuando hice la última copia fotográfica, apagué la luz roja y me dirigí a la sala. Me serví un brandy. Eran las 10 p.m. de un domingo que ya terminaba. Distraídamente, me puse a hojear la agenda que Sally, mi secretaria, me dejó sobre la mesa de trabajo. El lunes próximo no será demasiado distinto de cualquier lunes: por la mañana atenderé mi negocio en Trafalgar Square, y haré unos cuantos retratos de niños ricos o de alguna dama que querrá plasmar su belleza y legarla a la posteridad (si la belleza no es tal, deberé extremar mis recursos, y jugando con la luz y la sombra y tal vez con algún retoque de negativo, la dama en cuestión dejará su cheque por unas cuantas libras)
Sin embargo, para este lunes por la tarde, Sally me incluyó en la agenda una visita por demás extraña: “Rudolf Kozinsky, embalsamador”, y seguía luego su dirección, que no comento aquí por razones que ya comprenderán. Me puse algo incómodo. Aparte de retratos, fiestas, cortejos fúnebres y algunas otras cosas, nunca había hablado con gente de ese oficio, y menos aun contratado como artista fotógrafo. Esa noche tuve algunas pesadillas, un presagio quizá, que a la mañana siguiente atribuí al cansancio y al brandy. La primera parte del lunes, hasta mediodía, transcurrió normalmente, como otras mañanas, pero una extraña sensación, que no pude definir, se hacía cada vez mas fuerte dentro de mi. Almorcé con Sally, que me distrajo contándome historias de su infortunio conyugal. Sally era una buena mujer, bastante joven aun, portadora de una serena belleza. Su marido, mujeriego, cruel y dictatorial, solo soportaba que su mujer trabajara conmigo por que al fin de la semana llevaba a su casa una buena cantidad de dinero, que mi popularidad de entonces me permitía pagarle.
Evidentemente yo seguía perturbado por la visita que tenía que hacer esa tarde, así que aproveché para indagar a Sally sobre el aspecto del sujeto que me había contratado. Sally lo describió como una persona poco agradable, enjuto, no muy alto y de indudable acento extranjero. Me necesitaba, dijo, para documentar los distintos pasos de su trabajo, ya que estaba escribiendo un tratado de taxidermia.
Por tarde comencé a preparar mi equipo con bastante tiempo: cámara, mi mejor objetivo (un Schneider 105 mm. F 6,3), polvos de magnesio, barral y disparador. A las 6.45 pm, busqué a Ramón, el español, en la parada de coches. Tenía que ir a un barrio alejado, y pensé que era mejor viajar en el carruaje de alguien de confianza. A las 7 en punto estuvimos en la dirección exacta que figuraba en la agenda. Un antiguo caserón con escalinata de acceso, y una chapa de bronce que identificaba al propietario.

La persona que me abrió la puerta respondía a la descripción de Sally. Rudolf Kozinsky, el embalsamador. Mientras me hacía pasar a la residencia, me fue explicando que quería documentar gráficamente los pasos de un nuevo procedimiento. En realidad no era nuevo, me dijo, sino que eran procesos creados por antiguos aborígenes de América, basados en el uso de hierbas aromáticas para el relleno y ciertas breas vegetales que permitían mantener la elasticidad de la piel del cadáver. Parece que el resultado era de un gran realismo, y hasta ahora, de una gran duración. Mientras me guiaba a la sala de trabajo, me previno sobre lo cruento de su trabajo, como para prepararme. Yo le comenté mi experiencia como fotógrafo en el frente de guerra y que ya había visto cosas terribles.
Ese día fotografié varias secuencias de su trabajo sobre el cuerpo de un anciano. De no ser por mi fortaleza de estómago, creo que no hubiera resistido el triste espectáculo de un cuerpo al borde de la descomposición, cuyos órganos internos eran extraídos a través de los orificios naturales.
Kozinsky no demostró inquietud por la importante suma de libras que le pedí por mi trabajo, y ya ese día me preparó un cheque con un sustancioso adelanto.
Así fue que a partir de ese momento, todos los días desde las 7 p.m. me dediqué a plasmar el macabro trabajo de este hombre. Todos los diferentes pasos fueron fotografiados minuciosamente. Rudolf no se molestaba por mis preguntas y me contestaba detalladamente. Era un hombre de modales suaves, muy dedicado a lo suyo. Nunca lo ví exasperado, ni siquiera molesto, salvo el día que le pregunté, por curiosidad, qué había tras la puerta permanentemente cerrada que, presumiblemente, conducía a otro gabinete. Se enojó visiblemente, y conteniéndose apenas, me instó a seguir con mi trabajo.
Algunos días después tuve oportunidad de quedarme solo. Rudolf bajó a atender un cliente, y yo, vencido por la curiosidad, decidí traspasar esa puerta.
“Que suerte”- me dije, pues estaba sin llave. El lugar era oscuro, y se sentía un fuerte olor a hierbas y ungüentos de los que usaba el embalsamador en su trabajo. Hurgué en mi bolsillo por alguna cerilla. Encendí una y busqué la lámpara de gas en alguna pared. Cuando la ubiqué y le di lumbre, pude observar el recinto. No era muy espacioso. Había algunos muebles, y, justo en el centro, una especie de mesa alargada con un cuerpo cubierto por un lienzo. Algo me llevó a descubrir ese cuerpo. La sorpresa fue enorme: una mujer de esplendorosa belleza y juventud yacía serenamente sobre la mesa de mármol. Observé alucinado el rostro de belleza incomparable y el cuerpo desnudo de absoluta perfección. Era sin duda la obra maestra de Rudolf Kozinsky, el embalsamador.
Lo escuché subir por la larga escalera, así que cubrí el cuerpo y volví a la sala de trabajo.
Esa noche soñé con la mujer del gabinete, que, llena de vida y caminando en un extraño paisaje de árboles nevados, se llegaba hasta mí, sonriendo. Yo la estrechaba en mis brazos, y nos besábamos apasionadamente.
El sueño me perturbó grandemente, y con variaciones, se repitió en los días subsiguientes.

Mi trabajo en lo de Rudolf ya casi había terminado, pero yo insistía en repetir tomas con la excusa de mejorar algunas fotos, con la secreta esperanza de que me dejara solo otra vez. Esa oportunidad se presentó algunos días después. Rudolf bajó para atender a otro cliente, y traspuse la puerta, pero esta vez munido de mi cámara y el barral de magnesio para iluminar el oscuro lugar. Preparé la cámara sobre el trípode y descubrí el cuerpo. Otra vez me sorprendió la perfección de sus rasgos. Realmente parecía dormir un plácido sueño. Comencé a preparar el barral del magnesio, cuando sentí la voz de Rudolf que tronaba a mi espalda:
–¡Sabía que habías entrado aquí, imbécil! ¡El otro día dejaste la lámpara encendida! ¡Ahora morirás, nadie conocerá mi secreto!
Se abalanzó sobre mi, que, sorprendido, retrocedí unos pasos, con el barral cargado de magnesio aun en mis manos. La maniobra fue tan brusca que el barral golpeó contra la lámpara de gas. El magnesio explotó en un relámpago de blancura impresionante, y aun encendido, cayó sobre un espeso cortinado que se inflamó de inmediato. El desaforado sujeto llegó hasta mi, y trabados en lucha rodamos por el suelo. Con un rudo esfuerzo lo pude arrojar a un lado. Cuando me incorporé, las llamas me rodeaban por los cuatro costados. Presa del temor, alcancé a tomar la cámara y el barral y salí corriendo del lugar. Junté mis cosas, y lleno de terror bajé a la calle, donde mi fiel cochero Ramón me esperaba. Puso al galope a sus caballos y me llevó hasta mi casa

Lo que sucedió después lo sé a través de lo que Sally me contó. Afiebrado y en delirio, pasé varios días revolviéndome en mi cama. El sueño volvía una y otra vez, pero ahora se convertía en un infierno de llamas. Kozinsky me golpeaba y se llevaba a la hermosa y desconocida mujer mientras gritaba:
–¡Es mía, solo mía! –y se alejaba arrastrándola.

Sally me cuidó todo ese tiempo. Ella dejó su casa cuando su marido, ebrio, la golpeó ferozmente, recriminándole que pasaba mucho tiempo en mi negocio. Yo, poco a poco, fui saliendo de mi estado febril, pero me repuse muy lentamente. Sally me contó que la casa de Kozinsky ardió totalmente, provocando su muerte. Los bomberos encontraron también el cadáver de una hermosa mujer, que extrañamente casi no fue perjudicada por las llamas. La policía intervino, y el hecho fue noticia en los diarios por mucho tiempo. Las investigaciones concluyeron en que el embalsamador, que estuvo al servicio del Zar, había huido de Rusia con el cadáver de su amada, esposa de un noble ruso. Este la mató cuando supo del romance de su mujer con el embalsamador, y Rudolf a su vez le descargó su pistola al noble, provocando su muerte. Después de una azarosa huida con el cuerpo, llegó hasta Londres, donde se radicó con nombre ficticio. De no ser por mi desafortunada intervención, nadie habría descubierto tal historia.

Yo perdí mis clientes mas importantes al desatender mi negocio y decidimos con Sally dejar nuestros pasados en la niebla de Londres. Hoy vivimos sin lujos pero muy unidos en una pequeña ciudad de Escocia, rodeados de una campiña de belleza extraordinaria. Ya casi no sueño con la mujer embalsamada. Sally es una buena chica, y juntos disfrutamos de una plácida vida campestre.


Traducido por
Adolfo Cipriani. Septiembre de 2004

Thursday, June 19, 2008

Nueva palabra en el idioma alemán

Como no puedo con mi genio de inventor y creador, he inventado una nueva palabra que de seguro muy pronto será incorporada al idioma del Dante (me refiero a Dante Glückosen, mi amigo alemán)

El asunto es así: hace unos días, me desperté con una palabra evidentemente germánica rondándome en la cabeza. Primero pensé que era una palabra suelta que quedó grabada en mi memoria a partir de la amplia variedad de lecturas que incorporo diariamente a mi intelecto, pero algo me decía que no. Después de analizar un poco la dicha palabra, lo llamé a mi amigo Dante y le pregunté de sopetón:

-Dante, ¿sabés que quiere decir “smorgelen”?

-No sé, no me suena, pero parece alemán, ¿no? ¿de donde la sacaste?

-Mirá, realmente no se - le contesté - pero creo que la acabo de inventar.

-Fijate bien, porque a lo mejor ya está inventada. Después me fijo en el diccionario.

Le agradecí, corté y me fui a ver mi propio diccionario “Español – Alemán”. Tal como lo supuse, “smorgelen” (pronunciar smorguelen) no figura en este diccionario por lo menos.

La siguiente acción fue buscar en los diccionarios que provee Internet, de seguro mas actualizados, y no aparece (por ahora) esta palabra. Después me puse en contacto con algunos amigos alemanes que pertenecen a Die Deutsche Real Akademie, y quedó confirmado: smorgelen no existe, pero, siempre hay un pero, para incorporarla al idioma hace falta que esta palabra tenga un significado.

Voy a seguir trabajando, porque, de hecho, la palabra está inventada, y mis amigos de la Deutsche ya están prevenidos por si algún vivo me quiere quitar el derecho de invención, y mi trabajo consiste ahora en asignarle un significado. Por supuesto que como argentino debería declinar el derecho de asignación de significado, dándole la posibilidad a un verdadero alemán para esta creación, pero desde ya les digo, alemanes o no, que de ninguna manera aceptaré significados obscenos o insultantes. Como creador de la palabra, reclamo para ella un significado no carente de belleza, y que realmente la transforme en una palabra útil y necesaria para todo el querido pueblo germánico.

Raymundo Soto, 19/06/08

Monday, June 09, 2008

LA PALABRA Y LA IDEA

El hombre de hoy es un hombre de palabra. De muchas palabras, a veces sin mucho sentido. La palabra domina al hombre, y la palabra casi siempre es solo información.
El mundo moderno es manejado en base a la información: el prodigio más importante de este momento, la computadora u ordenador, se basa precisamente en la ciencia informática. Lo que comúnmente llamamos hoy conocimiento, la más de las veces es mera información. Los medios son “medios de información”, y no se nos ocurriría llamarlos “medios de conocimiento”. La información es hueca, sirve solo para hoy, pero el hombre moderno no puede transcurrir sin ella, y muchas veces se le llama culta a la persona solo informada.
Esta información es superficial, y el hombre moderno también lo es, sin ser peyorativo, ya que ese es nuestro paradigma actual. Es superficial, porque toda esta información es de superficie, en más de un sentido. La información se almacena en los centros de memoria superficiales del cerebro humano tal como es ahora, en el neo cortex. El neo cortex es la última adquisición de la raza, y es el cerebro nuevo, el de mayor superficie, por ser la capa externa, y del que carecen los animales. Todos sabemos que el cerebro de las especies evoluciona, especialmente el de los mamíferos. El cerebro mas antiguo, el del instinto, el de pelear o huir, el llamado reptiliano, es la parte mas antigua. Aun subsiste, y de hecho maneja todos los procesos involuntarios del cuerpo, y resurge a veces con toda su fuerza animal y produciendo situaciones que nos pintan como primitivos. El cerebro intermedio, desarrollado en épocas menos lejanas de nuestra evolución, es el cerebro de la idea y del conocimiento profundo, espiritual, y de la conexión con la tierra y lo que llamamos ahora mitología de los pueblos. En esta etapa del desarrollo humano, en este cerebro, es más importante la Idea que la Palabra. La escritura ideográfica de las civilizaciones más antiguas es un ejemplo de ello, y nos es tan difícil interpretar esta escritura sin palabras por que no estamos precisamente imbuidos del paradigma de esa época. Se dice que una imagen vale mas que mil palabras, y yo digo que una idea es imposible expresarla con palabras, o por lo menos cuesta mucho, como me está costando ahora expresar esta idea.
El hombre a lo largo de su existencia emula la evolución de la raza a través de los tiempos: es así que al nacer y en sus primeros años, es más evidente el uso del cerebro primitivo, sobre todo por razones de subsistencia. A medida que crece, las partes intermedias del cerebro toman el timón, lo que explica la fantasía y el afán de jugar del niño pre adolescente. A con el paso del tiempo, el paradigma actual va dejando su huella, en el estudio, su vida de relación, el trabajo, y llega así a usar en forma casi exclusiva el cerebro mas nuevo, aunque muchas veces el cerebro reptiliano le agrega la cuota de agresividad e instinto de lucha necesarios para subsistir en este mundo todavía inhóspito. Sin embargo, llegando a su madurez avanzada, al hacerse mas reflexivo y contemplativo, maneja sus tiempos con menos premura, descubre que la vida es algo mas que lucha e información e instintivamente comienza a dejar la dualidad para vivir de forma mas sabia. Para esto, aprende a usar todo su cerebro en forma más relacionada y desaparecen de a poco los compartimientos estancos. No es casual que su memoria comience a fallar: la Idea pasa a ser más importante que la información. La Palabra es ahora más enriquecida, mas llena de sabiduría.
Por eso creo que la etapa que sigue en el desarrollo humano, es la unión de la Idea con la Palabra. De esta forma, la palabra dejaría lo hueco de si, o dicho de otra forma, desaparecería la dualidad en nuestra forma de ser y pensar, o dicho de otra forma, la palabra expresaría el conocimiento y no solo la información, o dicho de otra forma, dejaríamos de ser loros intelectuales expertos solo en el uso de la palabra, o dicho de otra forma, la Idea fundamental podría ser expresada.
El hombre de hoy usa predominantemente el hemisferio cerebral izquierdo, el funcional, el más apto para la matemática y las ciencias, particularidad que nos ha llevado al extraordinario desarrollo científico de la humanidad actual. Sin embargo, si aprendemos a usar el otro hemisferio (reaprender, pues el niño nace sabiendo el uso del derecho, solo que al crecer se le obliga a usar mas el izquierdo), que es el perceptivo, el de la fantasía, el profundo creador ancestral, junto con la combinación funcional del neo cortex con las capas mas antiguas y profundas, es posible que el desarrollo de la humanidad tome un nuevo rumbo, menos deshumanizado que el paradigma actual. Un nuevo paradigma en el cual lo humano, el amor, el respeto y la sabiduría sean lo más importante.
En todas las épocas existieron seres que usaron la magnífica herramienta del cerebro en una forma unitaria, no como partes separadas, y muchos de esos seres trascendidos hoy son llamados genios o profetas. ¿Sería posible que en un tiempo no muy lejano todos lleguemos a ser genios o profetas?

Cipriani, 07 y 08 de abril de 2008.

CUENTOS MAL-ENTENDIDOS

TRILOGIA DE CUATRO CUENTOS
MEDIO GRACIOSOS, MEDIO CONFUSOS
Y MEDIO NOSTALGICOS.

Escritos por el ignoto Adolfo Cipriani
mas o menos conocido por sus no menos confusas teorías cuánticas
sobre el espacio y el tiempo.

Primeros días de junio de 2008, anticipando la hecatombe.

(Edición propia de tres o cuatro ejemplares,
for indulgent friends only)



(1)

UNA BOVEDA PA LA TINA

Mí querida amiga:
En tantos años de conocernos nunca se me ocurrió contarte esto, porque en realidad ahora me parece una pavada, pero cuando me pasó yo era chico y me hizo sufrir bastante. Recién me desperté de la siesta justo pensando en esto, no sé por que, y decidí contártelo.
Unos 6 debo haber tenido cuando fue la cuestión, pero viste como éramos antes, no preguntábamos y si lo hacíamos nos retaban o nos contestaban cualquier cosa. Resulta que en una reunión familiar entré de repente a una de las piezas, y allí estaban, conversando en voz baja, mi papá y el tío José, un tipo medio intragable, muy compadrón y que encima no me daba mucha bola. Yo entré de golpe, te decía, y escuché que el tío le decía a mi viejo: “…y el asunto este de la bóveda pa la Tina…” Se callaron de golpe cuando me vieron, se miraron e intentaron hablar de otra cosa. Pero yo había escuchado, y se me grabó muy bien porque la Tina es mi vieja, y vieja hay una sola. Y yo sabía muy bien lo que era una bóveda, porque en el cementerio del pueblo solo los Marsilesi tenían una, que eran unos pobres diablos pero como un bisabuelo fue milico y estuvo matando indios allá por el sur, le correspondía.
Te digo que fue terrible, porque una bóveda pa mi vieja era porque seguro se estaba por morir. Para colmo, a los días la internaron, y yo lloré como nunca lloré en mi vida, salvo cuando me dejó la que te dije. Pero fijáte que a la semana la trajeron de vuelta, lo más pancha, y con un regalito para mí, que resultó ser el desgraciado de mi hermano, que como era gordito y bonito todos se dedicaron a él, y por supuesto se olvidaron de este que escribe. Al tiempo se dieron cuenta, cuando empezó la escuela y era atorrante y mal alumno, no como yo que a mi la maestra me quería mucho, que yo todavía existía, y me compraron un traje de lanilla para poder ir al secundario. Mientras tanto, mi vieja no se moría, y yo de a poco empecé a olvidarme del asunto, pero te digo que pasé algunos años de verdadero sufrimiento, por que mi vieja fue la única que nunca se olvidó de mí, aun con la llegada de mi hermano. En cuanto a mi tío, siguió asqueroso como siempre, y Dios lo castigo por hablador y mete púa, por que el Gustavito, mi primo (que nunca lo dejaron juntarse conmigo), a pesar de un montón de operaciones, todavía sigue gangoso. Ah, y la vieja, la Tina, mañana cumple 86.
Te mando un abrazo y perdonáme, pero tenía necesidad de contar esto.
El que siempre te quiere, Juan.



(2)UNA CASA PA LA CIEGA

Querida amiga:

Ante todo muchas gracias por contestarme tan rápido. Últimamente tus cartas escasean, pero no importa, por ahí llegan y me pongo contento.
No entiendo por que me decís que lo que te conté solo fue un malentendido, que si en la secundaria no estudié anatomía y no se que mas. La verdad me duele que dudes de mí: yo era chico pero estoy muy seguro de lo que le escuché decir al tío José. Y además los chicos siempre saben cuando los grandes se hacen los tontos para disimular lo que estaban diciendo.
Te explico por que no estudié anatomía: vos dejaste de venir al pueblo justamente por que te metieron en ese colegio de monjas, que tanto odié porque sabés bien lo enamorado de vos que yo estaba. Entre los recuerdos mas lindos de mi infancia están esos momentos que viví contigo, cuando te enseñé a pescar ranas, a usar la honda y a bañarnos desnudos en el recodo del río. Un solo beso me diste, y creo que fue la última vez que te vi, y ya te ibas para entrar en esa escuela. Yo, en cambio, con mi traje de lanilla, empecé el secundario, pero pronto tuve que dejar para ayudarlo a mi viejo en su trabajo en el campo de los Gómez, tus tíos. ¿Ves porqué no estudié anatomía, aunque no se que tiene que ver con lo que te conté?
Bueno, después volviste, casada con el doctor, con esos nenes rubios tan bonitos, y me saludaste como siempre, como si no hubiera pasado el tiempo. Pero ya no fue lo mismo, por supuesto.
Yo me casé, bien sabes, con la Negra, mujer brava y buena, pero después de un tiempo me dejó, tal vez por que yo no sabía anatomía. Ahora somos como amigos, y tenemos hijos grandes y lindos también. Ah, Saverio, el mayor, estudia medicina allá en tu ciudad. A lo mejor algún día se cruzan.
Volviendo a los malentendidos, parece que acá nos especializamos en eso. ¿Te acordás de la Trina, la viejita ciega que vendía yuyos? Bueno, una vuelta, en un asado de políticos, se la llevaron al intendente para que le pidiera una casita, porque no tenía adonde vivir. El intendente, gordo y con sus labios brillosos de grasa, la miro y murmuró algo como “bueno, veremos que podemos hacer…” Mas tarde, yo creo que bastante en curda, no lo escuché yo pero si muchos que estaban al lado de él, le oyeron decir “…yo tengo una casa pa la ciega…”. Te digo que nunca, en sus más de veinte años de intendente, cumplió su promesa. La cieguita se murió al final en un ranchito de barro que no se quien le prestó. Ese fue un malentendido, y de los buenos.


Bueno, mi querida amiga, te dejo por que el patrón nos quiere mandar a protestar a la ruta, por que sino nos quedamos todos en la calle. Nosotros, no él por supuesto.
Te mando muchos cariños, saludos a los rubios y al doctor, que ya se que no me traga pero en fin, con vos es muy bueno, me consta. Juan.



(3)

Mi querida amiga:

Esta vez me sorprendiste vos con tu carta, tan dulce y tan linda. Lamento muchísimo tu separación del doctor, pero bueno, vas a salir, como salí yo. Tus hijos son grandes y te van a ayudar, como me ayudaron los míos a en su momento.
Me preguntás porque deje de escribirte, por que dejé pasar estos años… y sí, hay una explicación. Resulta que empecé de golpe a sentirme medio bruto, y que podía hacer otras cosas más que arar campos ajenos. Acá pusieron el bachillerato nocturno y decidí terminar la secundaria. Me fue muy bien, anduve bárbaro en matemática y me descubrieron cierto talento para escribir. Y estudié anatomía, y me di cuenta lo ignorante que fui, que intentaste decirme lo que era una bóveda palatina, que su deformación congénita trae a veces problemas de dicción, etc. Y me dio mucha vergüenza y por eso no te escribí más. Por eso te agradezco tanto que hayas decidido escribirme y reiniciar nuestra amistad. También me di cuenta de lo que quiso decir el intendente con lo de “una casa palaciega”, pero en ese malentendido colaboró todo el pueblo, no fui yo solo. De paso te digo que el gordo este sigue de intendente, y que a su casa palaciega ya no sabe que arreglo o ampliación hacerle. Se compró de a poco todas las casitas de la manzana, las hizo demoler y tiene ahora una mansión tipo Hollywood.
No tengo pareja, contesto tu pregunta, y trabajo en el Banco Provincia. Me vino muy bien ser bueno en matemática. De vez en cuando quedo de gerente unos días, cuando el titular se va de vacaciones. Y le falta poco para jubilarse…
Yo tengo que ir a Capital por una entrevista con los editores de mi último libro, y es posible que me pongan un pequeño stand en la Feria del Libro, así que te invito que me visites allí, y por supuesto que podés venir al pueblo cuando quieras. De los Gómez no queda ninguno vivo, pero yo te puedo acomodar con alguna amiga o en el hotelito. Te juro que lo vas a pasar bien. Vamos a ir a recorrer los lugares en los que jugamos en nuestra infancia, y por que no, voy a besarte justo en el mismo lugar donde me diste ese beso que nunca olvido. Espero no abusar de tu amistad, pero somos grandes, libres, y por lo menos de mi parte, creo que nunca dejé quererte. (¿Porqué no me animo a decir “amarte”?)
En realidad me he animado a decirte estas cosas que te digo por que tu carta dejaba entrever tu deseo de verme otra vez. Espero no equivocarme esta vez. Te mando mi dirección de Internet, para que sigamos por E-Mail, y ver si podemos chatear hasta que puedas venir o hasta que yo vaya a Capital.
Un abrazo y un beso de tu amigo (por ahora) que te quiso mucho y te quiere ahora mas. Juan.



(4) Carta epílogo.
Mi muy querida amiga:

Me decís que no hace falta que conteste tu notita, pero quiero hacerlo.
Puedo entender perfectamente que solo “me apreciás” como amigo. Puedo entender que tengas un nuevo compañero (¿abogado, me decís?) Claro que entiendo todo, cuando me lo explican. Y está bien, no lo sientas por mí. Sabés que ahora que mi vida cambió tanto, y por ahí en las revistas especializadas hablan de mí como de un intelectual, me doy cuenta de que algo no cambió. Es algo que traje de cuna, o es karmático, o a lo mejor no lo quiero cambiar, y es esa inocencia que me acompaña siempre. Soy un mal-entendido, o mal entendedor más bien, y veo cosas que a lo mejor solo existen en mi imaginación. Si mi imaginación no fuera tan frondosa quizá no sería escritor. Y lo que quiero decirte, es que en tu carta anterior, tan dulce y tan linda, quise entrever lo que no es. Cariño y nostalgia, me decís ahora, te hicieron escribir esa carta. Y tristeza también, digo yo.
Y está bien, es perfecto así como son las cosas. Todo va estar bien con tu abogado, te lo deseo de corazón. Por mi no te preocupes, también voy a estar bien. Siempre estuvo bien, y seguirá bien.
Sí lamento que no hayas ido a verme a la feria del libro, a compartir mi alegría de ese momento. De cualquier manera, lo mismo te envié un ejemplar de mi libro a tu dirección. Creo que no es malo, pero si no querés leerlo, no lo tires. Simplemente olvidátelo en el asiento del subte, o en un taxi. De esa forma llegará a la persona adecuada, estoy seguro.
Quiero compartir contigo una historia tal vez tonta, pero para que veas que es cierto lo de mi inocencia. Sabés que cuando la Negra me pidió que me fuera de casa, me preparé una valija (que después se la devolví) con mi ropa y algunos libros. Me lleve una camita que fue de los chicos y muy poca cosa más. En el momento en que la Negra me vio preparando la valija, en una especie de arrebato, sacó un toallón nuevo, el más nuevo que tenía, y me lo puso con mi ropa. Y me emocioné, y me vuelvo a emocionar cada vez que me acuerdo, por que lo vi como un gesto, como un regalo de despedida, como si me hubiera dicho “ya no te quiero, pero alguna vez te quise mucho y este regalo representa eso.” Es algo absurdo, por que en medio del rechazo, el dolor del momento y todo lo demás, me sentí tan agradecido por ese regalo. No sé por que te cuento esto, que nada tiene que ver contigo. Quizá sea para que veas lo mal-entendido que soy.
En el pueblo todo sigue igual. Todo no, perdón: el gordo ya no es más intendente. Ahora es senador nacional, después de las últimas elecciones. Seguramente desde allí podrá ejercitar sus dotes altruistas con más efectividad.
Esta es mi última carta, por razones obvias. No te invito que vengas al pueblo por que me mudo a Capital. Es por cuestiones de trabajo, no es para molestarte. Y si nos cruzamos algún día, nos saludaremos como viejos amigos que somos.
Con todo cariño, te saluda tu amigo de siempre, Juan.

P.D. El libro que te envié no lleva mi nombre. Figura como autor Adolfo Cipriani, que es mi seudónimo. Alguna vez te contaré por que elegí ese
nombre. Solo puedo adelantarte que fue por un malentendido.

Friday, June 02, 2006

CROMOSOMAS (Cipriani se puso serio)

En el desarrollo del feto humano, este pasa por diversas etapas que reflejan la evolución del hombre. El feto tiene en sus comienzos branquias, cola y membranas interdigitales, residuos ancestrales de nuestro origen acuático. Esas características van desapareciendo, o un órgano es reemplazado por otro, como es el caso de las branquias. Todo este proceso se desarrolla en un medio totalmente acuático, el líquido amniótico. Este proceso no incluye, que yo sepa, plumas o cuernos que nos emparenten con aves o dinosaurios, aunque si compartimos, aun desarrollados y fuera del ámbito uterino, algunas semejanzas con saurios y reptiles, como son los cinco dedos de pies y manos y similares articulaciones en brazos y piernas, como así también la misma cantidad de huesos en esas extremidades. Todo esto, mas que curioso, demuestra la existencia de un plan evolutivo diseñado por una inteligencia de alcances inimaginables. El cromosoma humano es el responsable, entre miles de funciones, de que estas características se transmitan a nuestra descendencia, no en forma de clon, sino con la creación de un sello personal para cada ser, y esto se comparte con el resto de los seres vivientes (de este mundo por lo menos). En el cromosoma, en cada uno de ellos, de los millones que hay en cada una de los millones de células de un ser vivo, está escrita nuestra historia evolutiva, con todos sus pormenores, como un reaseguro de que si en el universo quedara solo la última célula viva de un ser humano, de esta podría surgir todo el maravilloso proceso creativo, en todas sus etapas, de esta maravilla que es la vida en nuestro planeta, y quizá en todo el cosmos.
Ahora bien, cada cromosoma tiene una completa memoria de lo que fue nuestro pasado, pero ¿tiene una memoria pormenorizada de lo que será nuestro futuro como raza humana? Hay una gran cantidad de cromosomas que nuestra ciencia actual aun no les encuentra significado: ¿está escrito en ellos quizás todo el futuro de nuestra raza, hasta el desarrollo final de una súper raza? ¿estará escrito nuestro paso a organismos menos densos, nuestro desarrollo como seres espirituales o bien, por que no, el fin de esta raza tal como es o su desaparición definitiva?
Estamos viendo, la ciencia lo reconoce, la venida al mundo de cada vez mas niños de los llamados “índigo” o “cristal”, seres que sin ninguna duda traen consigo cambios genéticos de suma importancia, y también cambios espirituales, o por lo menos una nueva concepción de la vida humana, muy distinta a lo que hemos visto hasta ahora.

Cada célula de cada ser vivo tiene inscripto en su mapa genético la fecha, la hora, el segundo, quizás, en que su vida ha de terminar (salvo accidente, supongo, pero no estoy seguro…). No dura lo mismo una célula ósea que una célula de la mucosa del estómago, que son de rápida reproducción por la misma agresión del medio. Las células que formaban esos órganos primitivos del feto, no se esfuman, no se pudren, no contaminan: en el momento justo, suspenden su vida a través de un proceso de autoeliminación, son fagocitadas por los glóbulos blancos y cualquier resto es absorbida por células vecinas. Este proceso se llama”apoptosis”. Asimismo, hay una reposición permanente del cuerpo de todo ser vivo, a través del citado proceso. Dice el Dr. Deepak Chopra que la muerte da paso a la vida: nuestro cuerpo está muriendo permanentemente para que podamos seguir vivos. Cualquier intento de hacer inmortal a la célula, nos llevaría a una especie de momificación. También, dice Chopra, (y cualquier tratado sobre la célula) que las únicas células que no mueren por el proceso de apoptosis, ya que carecen de la química necesaria para ello, son las cancerígenas y las de algunas otras pocas enfermedades. Estas células, en su afán de proliferar y eternizarse, provocan la muerte. Que paradoja.
Adoplfo Cipriani, 29/05/06

Monday, April 17, 2006

En el justo centro

Estás en el justo centro. No hay nadie contigo, y no estás solo.
Estar en el justo centro es estar a salvo. Nadie mas que tú puede estar allí, nadie mas que tú puede llegar hasta allí. Las hordas quedan afuera, desconcertadas; una valla infranqueable, incomprensible, les impide llegar. La maledicencia, el odio, la envidia, todo queda afuera. Tú, solo tú, que no es poco, estás en el centro, el justo centro. El torso recto, la mente sin ruido, en paz, en felicidad, en contacto, completamente a salvo. Terremotos, maremotos, gritos, golpes, ruido, todo el ruido, están afuera, no te encuentran porque no saben a quien buscan. Tú estás solo, en el justo centro.
Una vaga sonrisa se dibuja en tu rostro.

A. Cipriani.

Wednesday, March 22, 2006

La Higuera del Cabo

Eran tiempos navideños, pero Miceas llamó a su gente para salir en la barca a pescar, como todos los días. Eran tiempos duros, y nadie podía permitirse un descanso, ni aun en navidad. Si bien el cielo estaba claro, el viento frío lo hizo pensar en tormenta. Pero no era cuestión de achicarse y perder el día por un tonto presagio.
El cabo de la higuera se erguía, ominoso, y marcaba el lugar por donde debían pasar para ir a mar abierto. Justo en la punta, solitaria, la higuera marcaba el vértice superior. De día había que pasar con mucho cuidado, pero de noche, las grandes olas y piedras puntiagudas eran la causa de muchos naufragios de pescadores que se habían retrasado.
Pasaron con mucho cuidado, y ya en mar abierto se dirigieron a la zona de pesca. Encontraron un gran cardumen, y estuvieron tirando y recogiendo la red todo el día.
–“Volvamos ya, muchachos, que hay nubes negras por allá”– dijo Miceas.

La tarde estaba avanzada y un fuerte viento se comenzaba a sentir. Luego de enderezar la cargada barca, y a fuerza de golpes de timón y cambiar la posición de las velas, lucharon trabajosamente contra el viento. La barca bailoteaba entre olas cada vez más fuertes, y el cielo se ponía cada! vez más oscuro. “Tenemos que llegar al cabo con algo de luz, sino estaremos perdidos”, pensó Miceas sin decir nada a sus hombres. Pero se fueron retrasando cada vez más. Quizá la tormenta no era tan fuerte como para hacerlos naufragar, pero sí les produjo un retraso muy grande.
Cuando llegaron a las cercanías del cabo, la noche y la tormenta teñían el cielo de una negrura impenetrable y pastosa.

–“¿Estaremos cerca del cabo?”–preguntó uno de los pescadores. Miceas no contestó, y con sus ojos trató de taladrar la oscuridad.
–“Vaya uno con la pértiga a la proa, por si llegamos a las rocas”– ordenó.
El viento había amainado, lo que les permitía navegar más lentamente. Pero en ese lugar el peligro eran las rocas y el oleaje que producía la rompiente. De pronto, un grito: “¡miren la higuera!” Todos miraron y vieron claramente la higuera, allá en lo alto, iluminada intermitentemente por una luz que emanaba de los higos que colgaban bamboleados por el viento. Inmediatamente corrigieron el rumbo y salieron de la zona de peligro. Entre exclamaciones de “¡milagro! ¡El niño Dios nos ha salvado!” llegaron al pequeño puerto. Las mujeres y los hijos de los pescadores aplaudían, y estos contaban entre sollozos lo sucedido. El cura ortodoxo organizó un rezo general y una procesión con velas y antorchas, para certificar el milagro, y luego, casi de madrugada, terminaron la noche tomando vino y festejando la Navidad.

Mientras tanto, allá en lo alto del cabo, el anciano Albarda se levantó y antes de calentar agua se dirigió al cobertizo del grupo electrógeno. Había previsto que se detuviera solo, pues le había colocado combustible para dos o tres horas, pero se sorprendió al encontrarlo funcionando todavía. Lo detuvo, y luego se dirigió a la higuera, allá en lo alto. Llegado que hubo, se puso a sacar, ayudándose con una escalerita, la magnífica guirnalda de navidad que le compró al árabe que todos los meses le acercaba mercadería en su burrito.

–Es un milagro–se dijo Albarda– que justo el árabe me trajera lo que tanto ansiaba. No tengo pino, pero la higuera se veía hermosa anoche.
A. Cipriani, 19/03/06.